De chiquito fui algunas veces a Casapueblo. No comprendía muy bien ese lugar medio mágico, todo blanco, lleno de esculturas raras hechas con engranajes y desechos metálicos. En la misma época y durante un verano, una bruma de misterio apareció cuando mis padres comentaban que el hijo abriría un restaurante, tampoco entendí muy bien por qué. Intuía que tenía que ver con el libro de la tapa del avión caído en la nieve, pero todo formaba parte de historias que a los niños no nos contaban, y que haciéndome el disimulado recorriendo Casapueblo en algún momento logré leer la contratapa a escondidas.
Ya de adolescente sus dibujos impregnaron más mi mente o mi alma, también con magia. Cuando volé en el avión de Pluna pintado por él me emocioné.
Y al ver que Aldo Sesa eligió su lugar para la tapa de su libro comprendí en mi ignorancia del arte, que se trataba de un grande.
Mis padres nunca me lo mostraron como un grande, nunca supe bien por qué, pero yo lo hice grande, un grande que estuvo ligado y fue responsable en parte de que Punta del Este, según mi punto de vista, sea uno de los lugares más lindos del mundo.
Sólo queda agradecerle.
Carlos Páez Vilaró
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